Por Ximena Díaz, Psicóloga

Sabemos que la adolescencia es una etapa única en nuestro ciclo vital, ya que en ella experimentamos cambios físicos, emocionales y sociales, rápidos y de gran magnitud, que progresivamente permiten alcanzar la maduración y la capacidad de vivir de forma independiente. En esta etapa existe un énfasis en la búsqueda de la identidad y la autonomía, el adolescente comienza a consolidar su estructura de personalidad, define sus gustos, intereses y expectativas. Es en este periodo donde la aceptación de sus pares pasa a ser fundamental, dichos cambios sin duda vienen aparejados al importante desafío de la promoción del aprendizaje socioemocional, la capacidad de gestionar sus propias emociones, y el desarrollo social, la capacidad de relacionarse efectivamente con los demás, siendo fundamental para ello el bienestar psicológico.
Durante esta etapa, muchas veces las familias manifiestan la sensación de distanciamiento afectivo de sus hijos e hijas y la incapacidad de acceder a su mundo interno, abriendo una ventana de interrogantes y cuestionamientos. En mi experiencia me ha tocado escuchar algunos comentarios recurrentes en los padres de hijos/as adolescentes, tales como “no entiendo que le pasa, ya no quiere salir de su pieza”, “esta irritable, ya no se puede hablar con él o ella”, “me preocupan sus amistades no son buenas”, “no habla con nadie en casa, parece como si fuera un fantasma”, lo anterior sin duda refleja una señal de alerta en la dinámica familiar, donde dichas conductas se tornan como indicadores de que algo no va bien.

El desarrollo psíquico en la adolescencia se encuentra íntimamente relacionado con la autoestima, que es la valoración que el sujeto hace de sí mismo. Es así como el tener una autoestima positiva implica la capacidad de apreciar nuestros talentos y características personales, como también ser capaces de aceptar y ser tolerantes con nuestras limitaciones.
En definitiva, es fundamental conocerse a uno mismo y tener la capacidad de establecer los límites necesarios para un autoconcepto saludable y positivo. En mi ejercicio profesional es recurrente escuchar, tanto en los consultantes como en las familias, frases tales como “hace semanas no quiere comer y se encierra en el baño por horas”, “ir a comprar ropa es un desafío dice que todo se le ve mal”, “en la noche siento mayor deseo de comer, luego me siento muy culpable por ello”, “no puedo evitar calcular las calorías de lo que como”, “todo me engorda”, “no me gusta lo que veo en el espejo me gustaría ser más delgada/o”.
Es aquí donde aparecen los denominados trastornos de la conducta alimentaria o TCA, los cuales se pueden reconocer como un patrón persistente de desorden alimenticio, caracterizado por no comer saludablemente o emplear dietas poco saludables y restrictivas, que muchas veces ponen en riesgo la vida de la persona. Estos patrones a su vez se encuentran íntimamente relacionados a una profunda angustia emocional, física y social, deteriorante para quien la experimenta, causando un sufrimiento sustancial, incluso un grado de afectación en su entorno familiar.
Para efectos de este artículo solo me concentraré en mencionar aquellos TCA de mayor recurrencia, estos son la anorexia nerviosa y la bullimia nerviosa, respecto a la primera, la anorexia nerviosa, se refiere a que la persona presenta un profundo temor a aumentar de peso, experimentando pensamientos y sentimientos respecto a su talla y figura, que la orientan a recurrir a dietas extremas y la deprivación alimentaria como mecanismo de respuesta, impactando de forma profunda en su autoestima y autovaloración, tendiendo a no reconocer la gravedad de su pérdida de peso y negando las consecuencias que esto pueda traer en su salud. En la anorexia nerviosa existen 2 subtipos: la restrictiva (mantiene peso corporal bajo, restringe el consumo de alimento y aumento de ejercicio), y la purgativa (restringe el consumo de alimento, pero presenta momentos de atracones y/o conductas de eliminación por inducción del vomito, uso de laxantes, entre otros). Respecto a la segunda, la bullimia nerviosa se refiere a que la persona experimenta episodios de atracones, caracterizado por un gran consumo de comida en un periodo corto de tiempo, donde existe una sensación de pérdida de control, seguido por un intento de “deshacer” las consecuencias del atracón con acciones compensatorias no saludables (vómitos, laxantes, ejercicio físico extremo, entre otros), dichas personas sienten que su autoestima depende de su peso y/o figura.

Considerando las implicancias que los TCA pueden generar en la salud física y emocional del adolescente es que resulta fundamental detenernos a reconocer las principales señales de alerta.
Ø Respecto a la alimentación podemos destacar el uso injustificado de dietas restrictivas, la excesiva y constante preocupación por la comida, sentimiento de culpa por haber comido, evitar comidas en familia, el aumento en la frecuencia y tiempo que está en el baño, encontrar comida escondida o envoltorios de grandes cantidades de restos de comida.
Ø Respecto al peso, existe un notable descenso en el peso el cual no se logra justificar, existe un miedo y rechazo al sobrepeso, realizar ejercicio físico compulsivo, practicar vómito autoinducido, consumo de laxantes y/o diuréticos, amenorrea (desaparición del ciclo menstrual) y desnutrición.
Ø En relación a la imagen corporal, existe una percepción errónea de tener cuerpo graso e intentos de esconder el cuerpo con ropa ancha.
Ø En relación con el comportamiento, se presentan alteraciones del rendimiento académico, irritabilidad y agresividad, síntomas depresivos y/o ansiedad, conductas manipulativas o mentiras.
Ahora bien, la comprensión integral de los TCA implica observar aquellos factores que facilitan su aparición, los cuales en combinación se configuran como un riesgo latente para su desarrollo y mantenimiento. Al hablar de los TCA debemos reconocer factores de riesgo de tipo individuales (predisposición genética, rasgos psicológicos, baja autoestima, autoimagen negativa, sexo femenino, adolescencia), factores de tipo sociales (estereotipos de belleza, presión social respecto a la imagen, determinados deportes, criticas y burlas relacionadas al físico, redes y páginas web que validan y promueven los TCA) y factores familiares (estructura familiar sobreprotectora, rígida y evitadora de conflictos, preocupaciones respecto al peso, la apariencia y la figura en la familia, disfunción o desorganización familiar representado en desequilibrio e inestabilidad familia, actitudes alimentarias, dificultades en la comunicación y resolución de conflictos).
Es respecto a los factores familiares, donde es recurrente observar en familias con una alta disfunción o desorganización, sobreprotección, inestabilidad y/o baja comunicación, la cual es combinada a su vez con una baja autoestima y la insatisfacción corporal del adolescente, generan como resultado la manifestación de los síntomas del TCA favoreciendo su aparición.

Por lo anterior, es importante reconocer que la familia resulta ser un agente fundamental en la prevención, tratamiento y recuperación del adolescente con TCA, siendo fundamental el apoyo y afecto, como también la comunicación, comprensión y la promoción de la autonomía progresiva. Es así que la familia puede favorecer un cambio terapéutico positivo o por el contrario, no trabajar ciertos aspectos familiares puede ser mantenedor del TCA.
Finalmente, podemos concluir que el abordaje de los TCA requieren de una mirada compleja, acompañada muy especialmente del apoyo y trabajo psicoeducativo con la familia, por lo que si sospechas que tu hijo/a podría estar presentando un TCA, puedes buscar ayuda profesional por parte de un psicólogo/a el cual te orientará y acompañara.
© Centro Amún
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