Por Daniela Rivera, Terapeuta Ocupacional
En la actualidad, la tecnología forma una parte fundamental de nuestras vidas, desde significativos avances en medicina hasta poder conocer el contenido de tu refrigerador con un solo clic. Por consiguiente, la sociedad ha formado una estrecha relación con sus aparatos electrónicos, aquellos que en muchas ocasiones nos facilitan tareas, ahorran tiempo y brindan un sinfín de posibilidades, sin embargo, ¿qué tan positiva es la relación que ésta tiene con nuestros niños?, ¿cuál es su incidencia en el desarrollo? A lo largo de este artículo encontrarás hechos que te permitirán tomar una decisión informada sobre cómo y cuando administrar tecnología a nuestros hijos.

La infancia es una etapa maravillosa ante los ojos de la biología y el neurodesarrollo, un bebé en su primer año de vida adquiere toda la información y experiencias que determinarán su futuro, el tipo de persona en que se convertirá y la manera en que contribuirá a la sociedad. Esta etapa representa el máximo desarrollo del ser humano a nivel físico y cognitivo, es el momento en que nuestro cerebro toma forma y cuerpo, generando millones de conexiones como carreteras de información que nos permiten desempeñar, desde actividades básicas hasta resolver los problemas más complejos de la historia. Este proceso llamado “Desarrollo Neuronal” se da entre los 10 meses hasta los 9 años, siendo el ambiente en que se desenvuelven los niños un factor determinante, ya que al encontrarse frente a una nueva experiencia, nuestro cerebro libera un neurotransmisor llamado “Dopamina” el cuál se encarga de regular, entre otras cosas, la motivación y recompensa, dos aspectos fundamentales para el aprendizaje, considerando que si algo me parece muy entretenido y llama mi atención tendré ganas de volver a hacerlo. Ahora ¿cómo funciona exactamente la dopamina y cuál es su papel en este proceso?, ante una nueva experiencia la liberación de dopamina permite que las neuronas se exciten y se conecten unas a otras creando caminos, que mientras más veces se enfrenten a la misma actividad, se convertirán en autopistas, manifestándose en la adquisición de habilidades y destrezas que desencadenan en la expertís. Por ejemplo, la marcha independiente se origina desde la motivación de un niño/a por explorar el ambiente, por lo que comienza a mantenerse de pie e intenta dar pasos, a pesar de caer logra comprender que se encuentra más cerca del objetivo, por lo que vuelve a intentarlo numerosas veces hasta lograr alcanzarlo y, finalmente, caminar.

La tecnología en el mundo de los niños se ve representada por videojuegos, tutoriales, dibujos animados, entre otros, los cuales no ofrecen un real desafío cognitivo, ya que, mediante acciones básicas y mecánicas, como apretar un botón, se obtiene una recompensa inmediata y desmedida. A nivel neurológico, el cerebro de los niños libera una cantidad excesiva de Dopamina, generando una sobreexcitación, traduciéndose como un estrés, por lo que las neuronas se desconectan y permanecen así hasta que el estímulo es retirado. Al generar un alto nivel de excitación y felicidad, se generan ansias de volver a estar frente a la pantalla, lo que finalmente desencadena una adicción, es más, estudios comparan el efecto de la tecnología en cerebros en desarrollo con aquel causado por consumo de drogas como metanfetaminas. En consecuencia, cuando intentamos retirarla se activa el circuito de Cortisol, neurotransmisor liberado para enfrentar situaciones de estrés, causando altos niveles de angustia y descencadenando una descompensación a nivel emocional, ante lo cual los padres observan gritos, llantos, insultos, agresiones a terceros o a si mismos, dichas reacciones las podemos identificar en una persona con adicciones.
Por tanto, las consecuencias del uso de tecnología en niños/as, adolescentes e incluso adultos, tienen un impacto en diversas esferas del desarrollo como:
· Físico: Cambios de presión sanguínea y de azúcar, sedentarismo y obesidad por la escasa movilidad, dificultad en el descanso y sueño poco reparador debido a la radiación e hiperestimulación cerebral, problemas a la vista, etc.
· Emocional: Cambios bruscos de humor, dificultad para gestionar las emociones, baja tolerancia a la frustración, baja autoestima, necesidad de perfección, comparación con pares y autoexigencia, inseguridad, depresión, creación de una identidad hiperdependiente, permeable e hiperinfluyente de los otros, sensación de que el resto tiene mejores vidas que ellos.
· Conductual: Dificultad para incorporar límites y reglas, comportamiento adictivo (incapacidad de controlar la duración, frecuencia e intensidad de las sesiones de juego y redes), incapacidad de parar pese a las consecuencias negativas que la persona puede reconocer.
· Social:Se produce un daño significativo en la ínsula, la cual se relaciona con la empatía y compasión, por lo tanto, dificultades en las relaciones interpersonales, escasa interacción con pares y familia.

En base a lo descrito, se sugieren algunas orientaciones para su uso, comenzando con el hecho de que el uso de pantallas es recomendada a partir de los 17 años, se deben establecer límites y normas claras respecto a horarios (máximo 2 horas al día) y contenidos a los que se puede acceder, cualquier aparato tecnológico debe ser utilizado con supervisión de un adulto ya que, de esta forma, protegeremos la integridad de nuestros hijos/as, nos aseguramos que los contenidos sean de calidad y aporten al proceso de desarrollo y, finalmente, crear vínculos seguros entre padres e hijos, con el objetivo de generar un espacio de confianza que los resguarde de problemáticas y peligros del mundo digital.
Ante los hechos expuestos en este artículo, se abre la invitación a responder la siguiente interrogante ¿a quien beneficia realmente el uso de tecnología en niños?, ¿a sus propios usuarios o a los padres de estos que han encontrado en ella un descanso?, asimismo, repensemos la infancia y recordemos que los verdaderos avances e hitos de la historia no se concibieron frente a una pantalla, se originaron desde el aburrimiento, del querer descubrir que hay más allá de lo que vemos, del observar y relacionarnos con el mundo que nos rodea, de los rasmillones en las rodillas, de las construcciones fallidas en las plazas, los pasteles de barro y las carreras en las calles.
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